A finales de octubre buena parte de los países del hemisferio norte
atrasan una hora sus relojes para dar paso a lo que se llama
"horario normal o de invierno".
Este cambio de hora, si bien es beneficioso porque amanece antes y con ello
se ahorra energía,
también implica que anochezca con antelación, algo que afecta a muchas
personas, especialmente a quienes tienen predisposición a la ansiedad y
depresión. De hecho, según un artículo divulgado en el último número de
la revista
British Medical Journal,
la gente es más feliz, enérgica y menos propensa a enfermar en los días largos y luminosos de verano, mientras que su humor tiende a rebajarse -y los esta
dos de ansiedad y
depresión a intensificarse- durante los días más cortos y grises del invierno.
Mayer Hillman, profesor emérito de la Universidad de Westminster (Reino
Unido) y autor principal del estudio, sostiene que los relojes no se
deberían retrasar, ya que contribuye también a
reducir el tiempo disponible para actividades al aire libre.
En concreto, eliminar el cambio horario brindaría "unas 300 horas
adicionales de luz diurna para los adultos cada año y 200 más para los
niños".